sexta-feira, março 14, 2008


LA BAILARINA


La bailarina ahora está danzando
la danza del perder cuanto tenía.
Deja caer todo lo que ella había,
padres y hermanos, huertos y campiñas,
el rumor de su río, los caminos,
el cuento de su hogar, su proprio rostro
y su nombre, y los juegos de su infancia
como quien deja todo lo que tuvo
caer de cuello, de seno y de alma.


En el filo del día y el solsticio
baila riendo su cabal despojo.
Lo que avientan sus brazos es el mundo
que ama y detesta, que sonríe y mata,
la tierra puesta a vendimia de sangre
la noche de los hartos que no duermen
y la dentera del no ha posada.


Sin nombre, raza, ni credo, desnuda
de todo y de si misma, da su entrega,
hermosa y pura, de pies voladores.
Sacudida como árbol y en el centro
de la tornada, vuelta testemonio.


No está danzando el vuelo de albatroses
salpicados de sal y juegos de olas;
tampoco el alzamiento y la derrota
de los cañaverales fustigados.
Tampoco el viento agitador de velas,
ni la sonrisa de las altas hierbas.


El nombre no le den de su bautismo.
Se soltó de su casta y de su carne
sumió la canturía de su sangre
y la balada de su adolescencia.


Sin saberlo le echamos nuestras vidas
como una roja veste envenenada
y baila así mordida de serpientes
que alácritas y libres la repechan,
y la dejan caer en estandarte
vencido o en guirnalda hecha pedazos.


Sonámbula, mudada en lo que odia,
sigue danzando sin saberse ajena
sus muecas aventado y recogiendo
jadeadora de nuestro jadeo,
portando el aire que no refresca
única y torbellino, vil y pura.


Somos nosotros su jadeado pecho,
su palidez exangue, el loco grito
tirado hacía el poniente y ell levante
la roja calentura de sus venas,
el olvido de Dios de sus infancias.


Gabriela Mistral, Locas Mujeres

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